Mientras que la pandemia del COVID-19 causa estragos en el planeta, la tecnología 5G se ha convertido en una especie de “bestia negra” (bête noire), acusada de debilitar los sistemas inmunes, empeorar la propagación y en algunos casos, de ser ella misma la causa del virus. El internet está actualmente inundada de teorías completamente infundadas sobre el 5G, quitando legitimidad a fuentes de información más confiables sobre la pandemia e incluso llevando a que instaladores de infraestructura de telecomunicación se vean impedidos de hacer su trabajo por personas preocupadas al respecto, así como también ha llevado a la destrucción de torres inalámbricas en Inglaterra y otros países.
Extrañamente, al mismo tiempo, otros hacen alarde del rol que tiene el 5G y aventuran que incluso podría ayudar a detener la expansión del coronavirus. Uno de los principales fabricantes de equipamiento 5G, Huawei, ha estado vanagloriándose públicamente del rol que tiene el 5G, tanto en la primera línea médica como en las respuestas epidemiológicas. Incluso voces respetadas de países en desarrollo, y en particular un miembro importante de la Asociación de Computación de Zambia, están pidiendo que se aceleren las instalaciones de 5G en sus países, a pesar de que enormes sectores de su población aún no tienen acceso básico a cobertura celular o acceso a internet (y ni mencionar una vivienda o instalaciones de sanidad apropiadas).
Al ser la generación más reciente de tecnología móvil, el 5G sigue a sus predecesores (2G, 3G y 4G) como objeto de resistencia sustancial en cuanto a sus potenciales efectos sobre la salud. A pesar de ser este un fenómeno familiar para nosotros, el tono e intensidad de la preocupación y acción organizada en cuanto al 5G ha llegado a alturas previamente inalcanzadas. Esto es debido a la sensación de que la tecnología de onda milimétrica es más peligrosa para nuestra salud, dado que usa frecuencias más altas y requiere topologías más densas de red. En otras palabras, las antenas y estaciones base de la red estarán mucho más cerca físicamente de la gente que anteriores tecnologías inalámbricas.
Para entrar apropiadamente a la discusión sobre los efectos de salud de la radiación de la tecnología 5G, es importante aclarar que no hay investigaciones científicas contundentes para respaldar estos dichos. La mayoría, aunque no todos, de los científicos e investigadores que estudian los efectos de los campos de radiofrecuencia electromagnética sobre el cuerpo (que es la radiación emitida por las tecnologías inalámbricas sobre el cuerpo), y en particular la Comisión Internacional de Protección contra la Radiación No Ionizante, han dicho que la tecnología es segura. Como mencioné previamente, no hay un acuerdo unánime al respecto, por ejemplo, hay una entidad organizada de doctores e investigadores llamada “5G Appeal” que ha estado haciendo lobby en los parlamentos europeos para detener el 5G. Aunque el 5G podría suponer un riesgo a la salud, no hay hasta ahora suficiente evidencia para corroborarlo. Cualquiera sea el caso, esta falta de consenso deja mucho espacio para la duda y esa duda ha generado bastante miedo. Este miedo ha generado, a su vez, varias formas de acción.
Hace poco escribí un artículo sobre cómo los gobiernos locales en Estados Unidos, muchas veces por solicitud de sus ciudadanos, han intentado ralentizar o incluso detener la instalación impuesta de tecnología 5G en sus pueblos y ciudades. Aunque ese texto elogió estos esfuerzos, no analizó qué hay detrás de esta resistencia: una política de “no en mi metro cuadrado” propuesta por ciudadanos acomodados económicamente que viven en sectores históricos o de interés turístico, que mezcla argumentos estéticos con preocupaciones de salud. Incluso algunos gobiernos, especialmente en el norte de Europa, han detenido el 5G por completo hasta encontrar una mayor evidencia sobre su seguridad.
Lo que me deja más perplejo del debate sobre la salud y seguridad del 5G es que la mayoría de las vocerías de la resistencia, rara vez levantan lo que, para mí, son preocupaciones más profundas y legítimas. De algún modo, es más fácil (y en esto son una gran ayuda las “burbujas” generadas por las redes sociales), y más eficaz, agitar y organizar alrededor de declaraciones altamente conspirativas e indocumentadas, cuando hay información más completa y confiable al respecto (más sobre esto a continuación). La “psicomaterialización” de los campos electromagnéticos invisibles en sentimientos de malestar y enojo al punto de la destrucción de la propiedad (el ejemplo de Inglaterra) merece ser críticamente yuxtapuesto con la ausencia de conciencia y acción ante los verdaderos peligros materiales presentados por el 5G y sus predecesores.
Dejando a un lado el aspecto de la radiación, la tecnología móvil ha tenido efectos tremendamente nocivos en la salud y la seguridad. En el hemisferio norte, los más obvios son los accidentes de tránsito debido a conductores distraídos mirando sus teléfonos en lugar del camino. También hay evidencia convincente de que, al menos en Estados Unidos, la introducción del smartphone ha llevado a un aumento notorio en el suicidio juvenil ya que los jóvenes interactúan menos entre ellos físicamente y están en una presión constante en las redes sociales, llevándoles a la infelicidad y la depresión.
Sin embargo, gran parte de lo que debería preocuparnos sobre la tecnología 5G ocurre en el Sur global. Sin ningún orden en particular, existe un problema en torno al increíble daño y destrucción del medio ambiente y las comunidades donde se lleva a cabo la extracción de materiales y minerales, en gran parte realizada por mujeres en condiciones peligrosas. La producción de equipos móviles en condiciones de trabajo inseguras, es otro ámbito de preocupación. Luego está la contaminación causada por los desechos electrónicos producidos por todos los equipos cuando se rompen o se consideran demasiado viejos para ser útiles. A partir de ahí, podemos mirar críticamente cómo la tecnología 5G usa dos o tres veces más energía que las tecnologías móviles anteriores y el impacto que eso tiene en el aumento del cambio climático. Una consideración final es la probabilidad bien documentada de que la sociedad adaptada para el 5G se caracterice por importantes pérdidas de empleos a medida que la automatización se introduce en cada vez más sectores de la economía.
Ser pobre y vivir en un ambiente contaminado disminuye la esperanza de vida. Deberíamos enojarnos por eso también. Hasta ahora, los críticos del 5G más activos y organizados son aquellos que viven en el Norte global, preocupados por los “fantasmales” efectos en la salud, pero también son ellos los que están más que felices de ignorar los innumerables peligros expuestos anteriormente, ya que no ven, sienten o entienden cómo les afectaría en última instancia. Desafortunadamente, los grupos de oposición al 5G, hasta ahora, no han podido encontrar una causa común con aquellos en el Sur global, quienes son los que proporcionan los minerales y la mano de obra barata para crear la tecnología y, a cambio, reciben los oxidados buques contenedores de desechos electrónicos.
La pandemia de COVID-19 nos ha obligado a todos a enfrentarnos a muchas duras realidades: el colapso del sistema médico y ningún lugar para guardar todos los cuerpos; cómo se siente vivir en un régimen autoritario con restricciones de movimiento, toques de queda y vigilancia intensificada; y haciendo fila durante horas para comprar pan. Muchas personas en todo el mundo enfrentan estos desafíos todos los días, independientemente de la crisis actual de salud. Afortunadamente, aquellos de nosotros que nunca antes hemos experimentado algo como esto, aprenderemos una lección crucial de aquellos que sí lo hayan hecho: no tenemos más remedio que comprender y enfrentar juntos los principales eventos y problemas globales, ya sea una pandemia viral, el cambio climático o el “avance” tecnológico.